Imagina que estás frente a un espejo. Te gusta al principio, pues refleja lo que tú eres, lo disfrutas porque te enseña las cosas que eliges desde el ángulo que prefieres, le hablas y sólo el eco de tus palabras reflejadas en la superficie te alcanza… Y te agrada, porque son tus palabras.
Pero al poco tiempo tratas de tocar la imagen que tanto te deleita, interactuar de una manera más profunda y te das cuenta que existe una barrera que no puedes pasar. Estudiosamente toqueteas el cristal, hasta que desistes y decides seguir disfrutando de la imagen que recibes, desestimando las ideas que te instaron a inquirir en primer lugar.
Pero queda el pensamiento y la duda, ya no puedes disfrutarlo igual. Tratas de ver qué hay detrás del espejo y al desmontarlo descubres que es sólo una placa delgada, que la profundidad de su luz es nula, ilusoria y que todo este tiempo en realidad has estado multiplicando tu persona por tu persona, por lo que el resultado no ha cambiado. En ese momento te das cuenta que todo el tiempo que has pasado frente al espejo no te ha dado nada que no tuvieras, nada más que ver tus acciones imitadas.
Hacemos esto todo el tiempo. La gente que sólo asiente y no nos contradice nos agrada, porque se siente bien estar a salvo de la refracción de ideas ajenas. Si tus amigos, tu compañero/a sólo te escuchan y asienten, qué puedes esperar ganar?
Dijo (el original y genial) Gibrán que no debe haber propósito en la amistad salvo el profundizar las almas. Cuándo fue la última vez que tu novia tocó tu corazón y no sólo tu cuerpo? Cuándo fue la última vez que tu esposo sacudió algún cimiento de tu vida y te hizo una persona más completa? Si tu amigo desapareciera, extrañarías más escucharlo o que te escuche?
Conócete, para que no necesites espejos.
NOTA: "el original y genial Gibrán" no soy yo (pensé que era obvio!), sino Khalil Gibrán
jueves, 28 de julio de 2011
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