Creo que no soy el único al que lo mata saber lo que trae mañana algunas veces. En más de una ocasión me comen las plantas de los pies de ansiedad de correr hacia la próxima hora, hacia el próximo día, pero también hay veces en las que no te importa si el tiempo pasa despacio o rápido, porque sencillamente te sientes tan bien que el tiempo pierde relevancia y es tan sólo una forma de organizar el tiempo que malgastas ganando para comer y comprar mil banalidades y el tiempo que pasas haciendo las cosas que realmente te hacen sentir que estás vivo.
Pero he podido observar una ley que quizá se asemeje a la de Einstein, pero no creo que la él sea tan simple y lerdamente concebida:
La percepción del pasar de tiempo es inversamente proporcional a la velocidad con que quieres que pase.
Talvez eso no sea la gran cosa, y un trillón de gente lo ha dicho antes que yo, pero no por eso es menos tedioso o menos cierto, y en verdad es algo que hace mi sangre acercarse más a su punto de ebullición y a mis dientes perder un poco de esmalte en los bordes; aunque estoy lejos del bruxismo, es a veces una reacción inevitable.
El tiempo y yo siempre hemos estado en malos términos. Se deleita en arrebatarme lo que quiero y en prolongar mis momentos menos brillantes. Creo que hay una frase que se ha atribuído equívocamente a Dios; El Tiempo es el niño cruel con una lupa en una tarde de verano, quemando hormigas que caminan sobre el concreto de la acera, y por supuesto, nosotros somos las hormigas.
Toma por ejemplo una relación saludable de dos años. Una relación estable y edificante, tan buena como las mejores, sin embargo es una chispa en la oscuridad de mi cerebro, ésto no impidiendo que los 4 meses (o algo así) de la peor relación que haya podido un ser humano tener que pasar parezca una hoguera que tardó horas, horas y horas en ahogarse en su propia ambición de combustible para quemar.
Les aseguro, amigos lectores, que el mejor mes de mi vida (hasta el momento en que fueron escritas éstas líneas) no fué más largo que un día en la playa o un paseo al cine. Apenas me parece que lo que acaba de comenzar no hacen más de dos horas se acabe y me pregunto "de qué me perdí??" Y puede que sea que me esté poniendo lento, o padezca de Alzheimer a una edad anormalmente temprana, o que simplemente soy un maldito imbécil, pero la verdad es que apenas he escuchado el llamado a la mesa para almorzar y he encontrado sólo los platos vacíos con unos cuantos huesos.
El tiempo e relativo, sí, perfecto. Pero en su maldita relatividad tan extremista nos hace la vida una montaña rusa en la que el carrito son nuestras esperanzas, y las ruedas son nuestra salud mental, que se desgasta más rápido que Bill Gates en un triatlón; y te preguntas si el viaje realmente vale la pena. Porqué no aplicar los frenos y dejarlo así? No sé, pero mi cerebro primitivo y su terco sentido de preservación son muy insistentes y persuasivos, así que por ahora seguiré con algo de náuseas esperando que las curvas, montañas y caidas en picada pasen, aparezca una parte más o menos plana, o se acabe el ride. Sea lo que sea, apenas puedo esperar
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